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4. LOS ALIMENTOS PRECOCINADOS EN SITUACIONES DE SALUD Y ENFERMEDAD.
4.1. ¿Es posible seguir la Dieta Mediterránea con alimentos precocinados?
La Dieta Mediterránea es hoy en día el ejemplo más
conocido de alimentación equilibrada y saludable. El concepto
Dieta Mediterránea engloba el conjunto de hábitos
alimentarios propios de los pueblos de la cuenca del
Mediterráneo, así como un estilo de vida característico de
los mismos. Desde los años 60, una serie de estudios -
paradójicamente iniciados en Estados Unidos- dirigidos
por el Profesor Ancel Keys comenzaron a atribuir a la
Dieta Mediterránea numerosas propiedades beneficiosas
para la salud y una destacada función en la prevención de
distintas enfermedades. Estas observaciones culminaron
con una serie de investigaciones conocidas como el “Estudio de los Siete Países” (Keys, 1970), que proporcionó
por primera vez evidencia epidemiológica de las características
saludables de la Dieta Mediterránea. Se encontró
una llamativa diferencia entre la esperanza de vida de las
poblaciones mediterráneas frente a otros países del Norte
de Europa y América. La menor incidencia de enfermedades cardiovasculares en los países mediterráneos se debía a los
hábitos alimentarios de sus habitantes.
Los pilares sobre los que se asienta la Dieta
Mediterránea son:
1) Uso del aceite de oliva como principal grasa culinaria.
2) Consumo habitual de alimentos de origen vegetal:
frutas y verduras frescas, cereales (principalmente en
forma de pan y pasta), legumbres y frutos secos.
3) Consumo frecuente de pescado.
4) En adultos ingestión regular y moderada de vino en
las comidas.
5) Bajo consumo de carnes rojas, derivados lácteos y
azúcares.
6) Uso frecuente de especias y condimentos variados,
como limón, ajo, hierbas aromáticas (orégano, romero,
perejil, tomillo, laurel, hinojo...)
Además de estos hábitos dietéticos, la actividad física
moderada y continuada es otra de las características del
estilo de vida mediterráneo. Finalmente, el placer de la
mesa, disfrutando de la compañía de la familia y los amigos
y el reposo después de comer –la siesta, ese hábito tan
nuestro- son saludables complementos fundamentales en
este estilo de vida.
La dieta sana
Con base en la Dieta Mediterránea, los alimentos que
se deben tomar cada día y sus cantidades están repartidos
en la llamada “Pirámide de la Alimentación Saludable”
(figura 1). En la base de la pirámide están los cereales y
sus derivados, como el pan (blanco o integral), el arroz, la
pasta (macarrones, espaguetis), los cereales de desayuno,
el maíz, etc., así como las patatas. Estos son los alimentos
que deben aportar más de la mitad de la energía diaria en
la dieta, por lo que es necesario tomarlos todos los días y
en todas las comidas. Al final del día es conveniente haber
ingerido de 4 a 6 raciones de ellos. El agua también es
esencial y por eso también está en la base de la pirámide.
Se debe beber agua en abundancia, de cuatro a ocho
vasos diarios, sobre todo si se practica algún deporte y si
hace calor.
En el siguiente escalón están las frutas y verduras.
También su frecuencia de consumo debe ser diaria; al
menos, 5 raciones al día. Por ejemplo, tres frutas y dos
platos de verdura o ensalada, ya que aportan vitaminas,
minerales y fibra, esenciales por sus funciones reguladoras
en el organismo. Las ensaladas admiten múltiples combinaciones,
que hacen de ellas un plato no sólo de una calidad nutricional excelente, sino también tremendamente
versátil: ensaladas mixtas de tomate, lechuga y cebolla; de
espinacas frescas con champiñones; de endivias, cogollos
o escarola con granada, etc. Para aportar mayor variedad
a las preparaciones culinarias, las verduras se pueden
tomar enteras o también en forma de purés o cremas: de
zanahorias con patatas, calabacín, puerros... Otra opción
asimismo muy saludable es tomar ensaladas de vegetales
con pasta. Por ejemplo, ensalada de macarrones o de espirales
con lechuga, tomate, maíz y un poco de cebolla y
pimiento, o un plato de espaguetis con espinacas aliñado
con aceite de oliva y orégano. Las frutas se pueden tomar
enteras o en forma de zumos naturales, batidos o macedonias.
Al lado de las frutas, verduras y hortalizas se encuentra
el aceite de oliva, esencia de la Dieta Mediterránea. Es el
aceite más saludable para cocinar (frituras, preparaciones
a la plancha, guisos, rehogados...) y para aliñar los platos.
Por eso es el que conviene usar a diario. Es la grasa culinaria
de elección.
A continuación están la leche, el queso y los yogures,
que son fundamentales para el mantenimiento óptimo delas estructuras óseas. Conviene tomar de 2 a 4 alimentos
lácteos todos los días, por ejemplo en el desayuno y la
merienda. Pueden ser lácteos enteros o de bajo contenido
en grasa.
La carne (pollo, pavo, ternera), pescados (merluza, pescadilla,
atún, calamares, boquerones, lenguado, gallo, etc),
huevos, legumbres (lentejas, garbanzos y judías) y frutos
secos (almendras, avellanas, etc) contribuyen a mantener
las estructuras musculares y ayudan a sentirse en forma.
Cada día se deben tomar dos raciones diferentes, una en
la comida y otra en la cena. Además, se pueden preparar
de distintas maneras de modo que se aprovechen aún más
todos sus nutrientes. Por ejemplo, se pueden combinar las
lentejas con patatas con un poco de arroz y una pequeña
porción de carne. Al final de la semana es bueno haber
tomado tres o cuatro raciones de carne, tres o cuatro
raciones de pescado, tres raciones de huevos, tres raciones
de legumbres y de tres a siete raciones de frutos secos.
En la parte alta figuran las carnes rojas, el jamón, chorizo,
lomo, patés, salchichas, salchichón y otros embutidos.
Resultan muy sabrosos y son una opción muy cómoda,
porque no requieren apenas preparación culinaria, pero
no es conveniente abusar de ellos porque poseen un elevado
contenido en grasas saturadas, colesterol y sodio,
cuyo consumo debe ser moderado. Se debe recurrir a ellos
sólo de vez en cuando, en alguna cena o tentempié, pero
no todos los días.
En el vértice de la pirámide están los alimentos que se
deben consumir sólo ocasionalmente, porque si se ingieren
con frecuencia desequilibran nuestra dieta. Suelen aportar
muchas calorías y pocos nutrientes, por lo que pueden
contribuir a una ganancia de peso innecesaria y muchas
veces indeseable. Además, su ingesta frecuente suele ir en
detrimento de alimentos de mayor calidad nutricional
como son las verduras y las frutas, de bajo contenido
calórico pero muy ricas en vitaminas y minerales. La mantequilla
y margarina, los bollos, pasteles y chocolatinas,
pizzas y hamburguesas, las patatas fritas, los refrescos, se
deben reservar para celebraciones con carácter festivo u
ocasiones especiales.
Respecto al alcohol (vino o cerveza), su consumo en
adultos es opcional y, en cualquier caso, debe ser moderado.
La moderación, en este sentido, implica una copita de
vino o una cerveza en la comida y otra en la cena. El vino,
junto al aceite de oliva y el trigo como cereal básico,
completa la célebre tríada mediterránea.
Los beneficios que se derivan de seguir una Dieta
Mediterránea proceden, por tanto, básicamente, de la
adecuada combinación de los alimentos y por tanto de los
nutrientes en ellos contenidos. Así, la Dieta Mediterránea
implica un bajo aporte de ácidos grasos saturados, colesterol
y ácidos grasos de tipo trans. En cambio, es una dieta
rica en ácidos grasos monoinsaturados, presentes en el
aceite de oliva. El consumo de grasa monoinsaturada,
como la del aceite de oliva, ayuda a controlar las concentraciones
de colesterol y proporciona efectos beneficiosos
en la prevención de las enfermedades cardiovasculares.
De igual manera, el consumo habitual de pescado
aporta ácidos grasos poliinsaturados (ω-3), especialmente
el pescado azul –sardina, caballa, otros-, que también pueden
contribuir a prevenir las enfermedades cardiovasculares.
El consumo abundante de alimentos de origen vegetal
(frutas y verduras frescas, hortalizas, legumbres) supone
una ingesta muy importante de antioxidantes (vitaminas
C, E, flavonoides y β-carotenos) y de fibra. Además, dado
que estos alimentos tienen efecto saciante y un contenido
muy bajo en grasa, pueden contribuir a reducir el consumo
de alimentos ricos en grasa.
Finalmente, el consumo moderado de vino puede aportar
antioxidantes que parece ser tienen un efecto protector
del desarrollo de enfermedades cardiovasculares, reduciendo
el riesgo coronario.
Recordemos igualmente que el secreto de la Dieta
Mediterránea está en la variedad y no sólo en los alimentos
en sí, sino también en la forma de prepararlos y de aliñarlos,
utilizando siempre el aceite de oliva.
A lo largo de las últimas décadas se han producido
importantes cambios en los hábitos alimentarios, sin duda
influidos por la creciente incorporación de la mujer a la
vida laboral activa fuera del hogar, la rápida industrialización
y la tendencia de la población a desplazarse hacia las
ciudades abandonando el ámbito rural. Todas estas modificaciones
han tenido repercusiones positivas en algunos
aspectos pero, sin embargo, también han incorporado elementos
nuevos en nuestra dieta que hacen que se aleje
del patrón tradicional. Aparecen nuevas formas de alimentación
para nuevas necesidades y nuevos estilos de
vida, en los que las prisas, la rapidez y la comodidad tienen
un peso importantísimo, sin olvidar la influencia de
otros hábitos alimentarios occidentales -que seguramente
nos resultan más atractivos, pero no más saludables-, o
incluso la falta de conocimientos culinarios. Así, los alimentos
precocinados o preparados, junto con la comida
rápida (fast food), nos facilitan mucho la vida, indudablemente;
pero, al mismo tiempo, contribuyen a alejarnos de
nuestra saludable dieta tradicional, la que culturalmente
nos pertenece, la mediterránea.
La oferta alimentaria nunca ha sido tan abundante y
variada como en la actualidad. De hecho, como ya se ha
descrito en el primer capítulo, en esta oferta superabundante
adquieren cada vez mayor protagonismo los alimentos
procesados y transformados en detrimento de los
productos frescos sin elaborar. Sin embargo, frente a sus
numerosas ventajas, conviene tener presente los inconvenientes
que se pueden derivar de un consumo habitual de
alimentos precocinados.
En primer lugar, no es fácil conocer la composición
exacta de muchos de estos productos, a pesar de que aparezcan
detallados todos los ingredientes en el etiquetado.
Efectivamente, las descripciones de las materias primas
suelen ser de tipo general (croquetas de pescado, lasaña
de carne), y no especifican de qué alimento en concreto
se trata (¿merluza o fletán? ¿carne magra de vacuno o de
cerdo?). Además, las cantidades se refieren al producto
completo y no a la ración de consumo habitual. Por otra
parte, se aprecian diferencias en la composición entre
productos del mismo tipo y marca distinta, en la cantidad
y el tipo.
En cualquier caso, el valor energético de estos productos
suele ser elevado, con el añadido de que muchos de ellos
se han de freír para consumirlos, lo que incrementa su
aporte calórico. Además, suelen ser productos ricos en
grasa, sobre todo grasa saturada y ácidos grasos de tipo
trans. Suele tratarse también muchas veces de alimentos
hiperproteicos o bien muy ricos en azúcares (postres).
Además, los precocinados contienen en general más sodio
que los platos caseros; entre otras cosas, porque la sal se
utiliza como conservante y porque el sodio forma parte de
aditivos saborizantes, como el glutamato monosódico,
empleados habitualmente en su fabricación. Finalmente,
para que muchos de estos platos se mantengan en perfecto
estado durante varios meses, se emplean en su fabricación
aditivos conservantes. La textura deseada se consigue, en
algunos de ellos, añadiendo antiapelmazantes. El color y
el sabor particular de ciertos productos se obtienen asimismo
con aditivos colorantes, saborizantes, etc.
De modo que, en resumen, los precocinados son, por
regla general, alimentos altamente energéticos, ricos en
grasas –y grasas de mala calidad nutricional-, y ricos en
sodio y aditivos. Por tanto, volviendo a las recomendaciones
de una dieta sana y equilibrada, su consumo debe ser ocasional.
Podemos incluirlos en nuestra alimentación esporádicamente,
pero no convertirlos en alimentos que formen
parte de nuestra dieta diaria. Su consumo no supone ningún
inconveniente para la salud, siempre y cuando no se
convierta en un hábito y no sustituyan a alimentos básicos.
Dado que los precocinados forman ya, incuestionablemente,
parte de los hogares de las sociedades desarrolladas,
conviene aprovechar las ventajas que proporcionan y, al
mismo tiempo, evitar que su consumo habitual desequilibre
una dieta variada y saludable por tradición. Una selección
adecuada y una correcta frecuencia de consumo pueden
hacer, de un alimento precocinado, una propuesta no sólo
cómoda y sabrosa, sino nutricionalmente adecuada.
Para ello se proponen a continuación una serie de
recomendaciones prácticas enfocadas a un consumo adecuado
y racional de alimentos precocinados para el mantenimiento
de una dieta saludable.
La cesta de la compra
1. Una estrategia eficaz para seguir una dieta equilibrada
y variada es confeccionar un menú semanal de
comidas y de cenas en el que se contemplen alimentos de
los grupos básicos según la frecuencia recomendada.
Aunque aparentemente ello implique emplear un tiempo
precioso del que quizá piense que carece, recuerde que
con ello estará ganando en salud. Con el menú convenientemente
planificado, realice la lista de la compra. Ello
le facilitará adquirir únicamente los alimentos que realmente
desea consumir, ya que si acude a la compra sin una idea
preconcebida de lo que quiere, es más fácil que acabe
incluyendo cantidades excesivas de alimentos ya preparados.
Además, la planificación semanal de los menús le
supondrá en realidad un ahorro de tiempo considerable:
sólo se tendrá que sentar a pensar en el diseño de los
menús un día, no los 7 de la semana.
2. Las verduras y hortalizas frescas, troceadas, lavadas y
envasadas, listas para consumir o cocinar (productos preparados
de “cuarta gama”) son productos cómodos y muy
nutritivos. Si va a comprar alimentos preparados por la
comodidad y el ahorro de tiempo que suponen, procure
que éstos sean los mayoritarios, o bien las verduras frescas
cocidas y envasadas sin colorantes ni conservantes, que se
conservan hasta 2-3 meses (“quinta gama”). Las verduras
congeladas son asimismo una opción nutritivamente
acertada -a la par que cómoda- para variar la dieta, ya
que mantienen muy bien su valor nutritivo. Respecto a las
conservas de verduras, procure elegir las que están simplemente
cocidas y conservadas en agua y sal, frente a las
que vienen ya condimentadas con salsas, que son más
calóricas, aportan más grasas y más sal.
3. Lea la información nutricional. Cada vez es mayor el
número de alimentos que incluyen en su etiquetado el
valor nutritivo. Para poder hacer elecciones saludables,
revise las cantidades totales de:
- Calorías.
- Grasa total.
- Grasa saturada y ácidos grasos trans (presentes en
grasas parcialmente hidrogenadas).
- Colesterol.
- Sodio.
- Fibra.
Compare la información nutricional de alimentos similares.
Procure elegir, entre ellos, el producto que aporte
menos calorías, menor cantidad de grasa saturada, menos
colesterol, menos sodio y mayor contenido en fibra.
Busque ciertas palabras en las etiquetas de los alimentos
(Tabla 1).
Dentro de la lista de ingredientes, procure localizar
aquellos que desea evitar, como los aceites de coco o de
palma, altamente ricos en grasa saturada. Trate también
de evitar las grasas hidrogenadas, que son ricas en ácidos
grasos trans. La lista de ingredientes es asimismo un buen
lugar para localizar ingredientes cardiosaludables como el
aceite de oliva, los cereales integrales o la soja.
4. Si va a comprar platos preparados como pizzas, croquetas,
empanadillas, empanadas, pasteles de carne o verduras,
quiches, hojaldres o masas rellenas, canelones, lasañas,
cremas, sopas, recuerde que los que están elaborados
a base de vegetales son generalmente más bajos en grasa.
5. Si elige alimentos precocinados o preparados a base
de carne o pescado, recuerde que la grasa del pescado es
de mejor calidad nutricional. Dentro de los preparados a
base de carnes, seleccione las de menor contenido en grasa:
pollo, pavo, ternera, carne magra.
6. Si va a adquirir bocadillos refrigerados o alimentos
preparados que incluyan pan o masa de pan, elija preferentemente
las variedades integrales y las porciones
pequeñas o medianas.
Cómo preparar comidas saludables
Llevar una alimentación saludable significa algo más
que seleccionar los alimentos adecuados. Es muy importante
también preparar esos alimentos de manera saludable.
Algunas técnicas culinarias son más saludables que otras
si se trata de reducir las calorías, la grasa total, la grasa
saturada, el colesterol y el sodio. No hay por qué renunciar
al sabor o a los alimentos más palatables.
1. Las técnicas culinarias más aconsejables son las de
cocción con agua: hervido, vapor, escalfado. Puesto que
no emplean grasa culinaria, suponen siempre un menor
aporte de las mismas y por tanto de calorías. De las técnicas
culinarias que emplean grasa, las opciones que menos
cantidad aportan son las preparaciones al horno (tradicional
o microondas), papillote, plancha. Prefiera la fritura a
los guisos, los estofados y los rehogados, ya que estos tresúltimos suponen un mayor aporte de grasa al alimento.
2. En todas las preparaciones culinarias que requieran
grasa, utilice siempre aceite de oliva. Si fríe alimentos,
escúrralos muy bien y deposítelos en una bandeja en la
que previamente haya dispuesto papel de celulosa para
que absorba el exceso de grasa.
3. Para los aliños y salsas, recurra preferentemente al
aceite de oliva. Las salsas mahonesas, con queso, nata etc.,
aportan siempre cantidades importantes de grasa saturada
y colesterol.
4. Acompañe sus preparaciones culinarias a base de
precocinados con guarniciones de alimentos de origen
vegetal. Por ejemplo, si de segundo plato toma croquetas,
empanadillas, o tortilla ya preparada, incluya una guarnición
de lechuga y tomate aliñada con aceite de oliva.
5. Equilibre los platos de cada comida y de cada día.
Por ejemplo, si de segundo plato va a tomar unos canelones
de carne, incluya un primer plato de verduras y hortalizas
y tome fruta fresca de postre. O si ha elegido un postre
ya preparado, tome una ensalada de primer plato y un
pescado de segundo.
6. Evite recalentar las verduras. Con ello conseguirá que
conserven mejor sus nutrientes y el sabor natural.
7. Use especias y hierbas para añadir sabor a los alimentos,
en lugar de añadirles sal. Además de ser un hábito
más saludable, aportará mayor variedad a sus platos.
Utilice orégano, perejil, ajo, cebolla, limón, canela...
8. Recuerde incluir pan en su dieta. Además de su
importante valor nutritivo, le proporcionará sensación de
saciedad y evitará que tome porciones excesivas de los
demás alimentos.
9. Beba agua en abundancia. Asimismo aporta sensación
de plenitud.
4.2. Alimentos precocinados y obesidad.
La Obesidad es una enfermedad, cada vez más frecuente
en todo el mundo, que constituye un importante problema
de salud pública con graves repercusiones. Por si
misma es causa de problemas articulares y respiratorios y
es un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades
crónicas tales como las enfermedades cardiovasculares o
la diabetes tipo 2.
En nuestro país se calcula que afecta a un 14,5 % de la
población adulta, mientras que un 39 % padece sobrepeso;
esto quiere decir que uno de cada dos adultos presenta
un peso superior al recomendable. En lo que se refiere a
los niños, España está entre los países europeos con mayor índice de obesidad infantil; en tan solo 5 años hemos
pasado de un 5% de niños obesos a cerca de un 15 %,
cifra que sólo superan Malta, Italia y Grecia.
De manera simple, podríamos decir que el peso de un
individuo es la consecuencia del balance entre lo que
come y lo que gasta. Si comemos más de lo que gastamos,
ese exceso de energía se almacenará en nuestro organismo
como tejido graso. Si calculamos que para subir 1 kg. de
peso necesitamos unas 7800 Kcal, un consumo extra de
unas 100 kcal/día tendría como consecuencia la ganancia
de unos 5 kg. al año. Aproximadamente 2/3 de refresco o
una cucharada de mantequilla “de más”, diariamente, son
suficientes para hacernos ganar peso. Sin embargo, no
debemos olvidar que, en la mayoría de los casos, la
ganancia de peso no se debe tanto a lo que ingerimos en
exceso como a lo que dejamos de gastar; se calcula que
por cada hora que pasamos delante del televisor aumenta
nuestro riesgo de padecer obesidad un 10 %, mientras que
por cada hora que empleamos en una actividad moderada,
el mismo riesgo disminuye en un 12 %; 30 minutos de
paseo rápido 3 veces a la semana, 1 h 30 min. de baile
semanal o 1h de tenis, serán suficientes para compensar
las 100 Kcal. extras de las que se hablaba anteriormente y
así conseguir un balance de energía adecuado, que mantenga
nuestro peso estable y como consecuencia, un buen
estado de salud.
Por lo tanto, entre las causas de esta epidemia mundial
están los cambios en los hábitos de vida entre los que se
incluyen una menor actividad física y una pérdida de las
buenas costumbres dietéticas comentadas en el punto
anterior (las dietas actuales tienden a ser demasiado ricas
en calorías y excesivamente en lípidos y azúcares). Otra
circunstancia que ha contribuido en gran medida a la
ganancia de peso en la población, es el hecho comprobado
de que cada vez comemos raciones más grandes de alimentos.
El consumo de alimentos precocinados y de lo que se
conoce como comida rápida en general, ha contribuido en
cierta medida a este cambio de hábitos y sobre todo, al
incremento en el volumen de la comida que se consume.
La observación de que los alimentos más calóricos son
mejor aceptados por el consumidor, permiten deducir que
los beneficios de venta serán más altos al ser más consumidos,
por lo que los precios de los mismos en el mercado
suelen ser más bajos. Las calorías son más baratas, más
fáciles y más sabrosas: ¿quién puede resistirse?.
La disminución en el tiempo de cocinado y preparado
de los alimentos facilita su consumo y aumenta el tamaño
de la ración consumida. Antes de la segunda Guerra
Mundial, en EEUU se consumía mayor cantidad de patatas
que actualmente, pero la forma de preparación preferida era cocidas, asadas o en puré, siendo las patatas fritas un
alimento infrecuente en la dieta debido a su largo proceso
de preparación. Actualmente se encuentran en el mercado
patatas peladas, cortadas y pre-cocidas, prácticamente listas
para su consumo; como consecuencia, la ingesta de patatas
fritas en EEUU ha aumentado un 30 % en 25 años. Desde
el microondas a los envasados y precocinados, la tecnología
ha disminuido significativamente el tiempo que empleamos
en la cocina, favoreciendo así el consumo de mayores
cantidades de alimentos.
Por otro lado, la forma o el tamaño de los envases,
influyen sobre la cantidad de comida, que se ingiere en
una toma, mucho más de lo que la mayoría de personas
piensan.
Varios estudios han demostrado que las personas se sirven
más cantidad de un recipiente de mayor volumen que de
uno más pequeño; así por ejemplo, si nos tomamos un
yogurt individual tomaremos 125 g, mientras que si nos
servimos en una taza yogurt contenido en un envase de
litro, la mayoría de las personas se servirán cantidades
entre 1,5 y 2 veces superiores.
Del mismo modo, se consumen mayores volúmenes de
alimentos comercializados en envases “a granel”, la percepción
de un menor costo por unidad ayuda a que la
mayoría de las personas ingieran cantidades innecesariamente
abundantes de alimentos (situación similar a la que
ocurre con las raciones “extra-grandes” de los establecimientos
de comida rápida). Por otro lado, la dificultad de
almacenar correctamente estos productos, y la necesidad
de dejarlos “a la vista”, incita a su consumo.
Lo más preocupante de esto es que la mayoría de la
población desconoce la influencia que este tipo de factores
tiene sobre sus hábitos alimentarios, por lo que es necesario
que cuando consumamos alimentos envasados, seamos
conscientes de la ración que estamos tomando y las calorías
extras que pueden aportar.
Aunque los ejemplos presentados en la siguiente tabla están tomados de los hábitos en EEUU, son perfectamente aplicables a la población española.
En una sociedad en la que cada vez tenemos menos
tiempo para hacer la compra y/o cocinar, los precocinados
pueden ayudarnos a alimentarnos correctamente, siempre
que los integremos en una dieta equilibrada, suficiente y
variada.
Debemos acostumbrarnos a leer la lista de ingredientes
y la composición nutricional de los alimentos que ingerimos.
Para el mantenimiento de un peso adecuado se recomienda
vigilar las calorías y la cantidad de grasas que se ingieren.
Cuando sea recomendable controlar el aporte calórico,
al comprar debemos de comparar los productos y elegir
aquellos que aporten menos calorías. Es importante fijarse
en las calorías que aporta cada ración de alimento y en el
número de raciones que contiene el paquete; “nuestra
ración” no tiene porqué ajustarse a la estándar.
Fíjese en el siguiente ejemplo: Si tuviese que controlar
las calorías y tuviese que elegir entre los siguientes envases
de ensalada pre-cocinada ¿Qué elegiría medio envase A o
un envase entero B?
A primera vista, podemos observar que el aporte calórico,
por ración, es menor en el producto A que en el B; sin
embargo, el tamaño de la ración A es mucho menor que la
B, por lo que el aporte de medio envase de la ensalada A
(190g) es de 320 kcal, cifra superior a las 250 kcal que
aporta un envase entero de la ensalada B (227g).
Puesto que las dietas con mayor proporción de lípidos
son más obesogénicas que las dietas con mayor proporción
de hidratos de carbono, es conveniente elegir alimentos,
proporcionalmente, más ricos en este último nutriente. A
efectos prácticos, si al multiplicar por 2 la cantidad de
grasa, reflejada en el etiquetado, la cifra resultante es muy
cercana o superior a la de hidratos de carbono, podemos
considerar que el alimento, en cuestión, tiene una proporción
de lípidos muy alta y por lo tanto estaría desaconsejado
en una dieta hipocalórica.
Todos aquellos alimentos que incluyen rebozados en su
receta y en consecuencia, de fritura para su preparación,
deben de limitarse al máximo en las personas con problemas
de exceso de peso, así como las que lleven salsas cremosas
de acompañamiento o azúcares añadidos.
No debemos tampoco caer en la trampa de la sustitución
de los alimentos naturales por un sobreconsumo de
alimentos “light”. Un alimento “ligero” es aquel que aporta
un 50 % de las calorías que tiene el producto inicial, pero
no olvidemos que es el “exceso” de calorías lo que produce
aumento de peso, no la cantidad en si. Así que si, en la
creencia de que un producto light es “acalórico”, tomamos
el doble de cantidad de éste que de su equivalente “normal”,
el resultado final será el mismo: exceso de calorías.
El sobrepeso y la obesidad se previenen con una dieta
equilibrada. La inclusión de precocinados en la misma, es
completamente aceptable, siempre que no se conviertan
en la única fuente de alimentos. La elección de alimentos
ricos en fibra, pobres en grasa, bajos en calorías y que
requieran técnicas de preparación como la plancha, el
horneado o el hervido, ayuda a aumentar la variedad de
alimentos en nuestra dieta y permite el control de la
ingesta calórica.
Por otro lado es necesario ser consciente del volumen
de alimentos que se ingiere y no dejarnos engañar por la
idea de que puesto que la relación precio/unidad es más
baja, se puede consumir más.
4.3. Alimentos precocinados e hipertensión arterial.
Diferentes estudios clínicos, epidemiológicos y experimentales
han sugerido que la ingestión de una dieta habitualmente
rica en sal (sodio) desempeña una importante
función en la etiología y patogénesis de la hipertensión.
Se conoce con el nombre de hipertensión a la elevación
de la presión arterial. Se considera hipertensión arterial si,
de forma mantenida, dicha tensión arterial es mayor de
140/90 mm Hg. La hipertensión o elevación de la presión
arterial es uno de los principales factores de riesgo coronario
en el desarrollo de la aterosclerosis. Junto a las concentraciones
elevadas de colesterol en sangre, el consumo
de tabaco, la obesidad y la diabetes mellitus, la hipertensión
constituye uno de los principales problemas de salud en los
países desarrollados. Una de cada cuatro personas adultas
es hipertensa. La hipertensión aumenta el riesgo de muerte
prematura, como consecuencia del efecto perjudicial de la
presión elevada sobre las arterias del organismo, en especial
las que riegan el corazón, el riñón, el cerebro y los ojos.
En general, los alimentos precocinados suelen tener un
elevado contenido en sodio, porque la sal se utiliza como
conservante y porque el sodio forma parte de aditivos
saborizantes, como el glutamato monosódico, empleados
habitualmente en su fabricación. De hecho, la mayor parte
de la sal que se consume procede de los alimentos precocinados
y de las comidas no elaboradas en el hogar.
Los objetivos nutricionales para la población española
incluyen un consumo diario de sal no superior a los 6 g
(2.400 mg/día de sodio). En la Tabla 3 se refleja el contenido
en sodio de alimentos precocinados de consumo
habitual en España. Teniendo en cuenta dichos datos, 100
g de estos alimentos aportan del 25 al 50% (este último
dato en croquetas de bacalao) de las necesidades diarias.
Estas cantidades son altas, considerando el contenido del
resto de los alimentos ingeridos durante el día, así como
el adicionado. Puesto que además las raciones de estos
alimentos no suelen ser inferiores a los 200 g, la ingestión
de sodio se convierte en el doble de la indicada en la
Tabla 3. Por tanto, será imprescindible llevar un control de
la ingesta de precocinados.
Así, insistimos una vez más en la necesidad de incluirlos en la dieta de forma ocasional y no como parte de la alimentación diaria. A continuación se recogen una serie de recomendaciones específicamente enfocadas a evitar una ingestión excesiva de sal y, de modo más concreto, a moderar la ingestión de sal procedente de alimentos precocinados.
Cuando compre:
1. Elija preferentemente vegetales frescos, congelados
o cocidos sin sal, antes que vegetales enlatados o sopas y
cremas de verduras de sobre.
2. Escoja frutas y verduras para comer “entre horas” en
vez de bocadillos refrigerados o tentempiés precocinados.
3. Lea las etiquetas de los alimentos. Compre preferentemente
los que indican de modo específico ”sin sodio” o“bajo en sodio”. Tenga cuidado con el término “reducido
en sodio”. Esta expresión implica que el alimento tiene un
contenido en sodio por lo menos un 25 % inferior al del
producto original. Pero si el alimento original tiene un
contenido en sodio muy elevado, el producto preparado
puede tener mucho sodio aún, en cualquier caso. Otramanera de leer la etiqueta, en este sentido, consiste en
fijarse en el contenido en sodio por porción o el Valor
Diario. El Valor Diario es el porcentaje que se va a ingerir
respecto al consumo diario recomendado (2.400 mg). Si el
Valor Diario es menos de 5%, el alimento es bajo en sodio.
Si es de 10 a 19%, es un poco alto en sodio. Si es más de
20%, es muy alto en sodio. Para moderar su consumo de
sodio, escoja más alimentos que tengan menos del 10%
del Valor Diario. Si escoge un alimento muy rico en sodio,
complemente el resto del día con alimentos bajos en sodio
(frutas, verduras, hortalizas).
4. Si va a comprar alimentos ya preparados, prefiera los
que no lleven salsas incorporadas.
Cuando cocine:
1. Los alimentos precocinados ya llevan una importante
cantidad de sal, por lo que lo ideal es no añadir más, en su
preparación. Si usted está acostumbrado a las comidas
muy saladas, disminuya cada día de forma paulatina la
cantidad que usa. La ventaja de reducir el consumo de sal
gradualmente es que usted se irá acostumbrando en poco
tiempo (unas dos semanas) a la ausencia del sabor salado.
2. Use ajo en polvo y cebolla en polvo en lugar de sal
de ajo o sal de cebolla.
3. Utilice especias en vez de sal. Realce el sabor de sus
comidas con condimentos, zumo de limón o vino.
Recuerde que el uso de especias aporta muchísima variedad
a la dieta diaria. Es, además, una de las características de
la Dieta Mediterránea tradicional, por lo que forma parte
de nuestros hábitos alimentarios más arraigados. En la
Tabla 4 se muestran algunas especias y los alimentos con
los que se pueden combinar.
4. Reduzca el consumo de salsas preparadas. Utilice
aceite de oliva como principal aliño, o bien zumo de
limón.
5. Evite poner el salero en la mesa.
4.4. Alimentos precocinados en la enfermedad cardiovascular.
La enfermedad cardiovascular (angina de pecho, infarto
de miocardio, infarto cerebral) es la complicación clínica
de la aterioesclerosis, consecuencia de la formación de
placas en las arterias y la principal causa de muerte en
nuestro país y en todos los países industrializados.
Los principales factores de riesgo de las enfermedades
cardiovasculares son:
- Las Hiperlipidemias: aumento de los lípidos (triglicéridos
y colesterol) en sangre.
- La Hipertensión arterial.
- La Diabetes.
- La Obesidad.
- El Tabaquismo.
Unos hábitos de vida saludables, entre los que tiene
gran importancia una correcta alimentación, ayudarán a
prevenir esta enfermedad crónica de graves consecuencias.
Varios son los factores dietéticos que influyen sobre la
enfermedad cardiovascular, pero los más importantes son
los lípidos alimentarios, tanto la cantidad como su tipo. La
relación entre los diferentes tipos de grasa y las cifras de
colesterol en sangre, se conoce desde el principio de la
década de los 60 y los estudios de Keys y Grande, que
observaron como el tipo de grasas de la Dieta podía influir
sobre los niveles de colesterol sanguíneo.
El colesterol sanguíneo se encuentra ligado a proteínas,
pudiendo distinguir dos tipos principales: el LDL-colesterol,
conocido como “colesterol malo”, debido a que es el que
se deposita en las arterias en forma de placa, y el HDLcolesterol,“colesterol bueno”, ya que transporta el colesterol
destinado a su reutilización por los tejidos, impidiendo su
depósito en los vasos.
Los ácidos grasos saturados, que abundan en los alimentos
de origen animal (cerdo, ternera, cordero, leche),
tienen un efecto hipercolesterolémico (aumentan el colesterol
sanguíneo); este tipo de ácidos grasos también se
encuentra en ciertos aceites de origen vegetal como el de
palma y el de coco. Las recomendaciones generales son
que no deben de aportar más del 10 % de nuestra ingesta
calórica total.
Los ácidos grasos polinsaturados, disminuyen las cifras
de colesterol sanguíneo. Estas grasas pueden ser de dos
tipos ω-6 (abundantes en aceites de semillas como el de
girasol o maíz) y ω-3 (abundantes en los pescados azules).
Ambos tienen similares efectos hipocolesterolemiantes,
sin embargo, los omega-3 tienen un efecto adicional
vasodilatador y antiagregante; es decir, favorecen el paso
de la sangre por los vasos sanguíneos y disminuyen la formación
de coágulos sobre las placas de ateroma. Se recomienda
que aproximadamente un 5-8 % de la energía que
consumimos provenga de los ácidos grasos polinsaturados.
Los ácidos grasos monoinsaturados, de los cuales el
más importante es el oleico, son sobre todo abundantes
en el aceite de oliva. Además de disminuir las cifras de
colesterol total en sangre, tienen la ventaja de aumentar
el HDL-colesterol. Hasta un 15 % de la energía que ingerimos
puede provenir de los ácidos grasos monoinsaturados.
Con respecto al colesterol de la dieta, las investigaciones
apuntan a que su cantidad en nuestra alimentación
influye en menos de un 1 % en los valores de colesterol
sanguíneo. La mayor proporción del colesterol en nuestra
sangre es de origen endógeno. Actualmente se recomienda
que la ingesta de colesterol no debe superar los 300
mg/día.
La ingesta de grasas que realiza una persona no debe
sobrepasar el 35 % del total de energía consumida.
A partir de diferentes fuentes de lípidos líquidos (aceites),
la industria alimentaria produce grasas sólidas como
las margarinas y los shortenings, que se emplean a su vez
en la elaboración de multitud de alimentos. Para ello el
aceite debe de someterse a procesos de hidrogenación que
por un lado convierte los ácidos grasos insaturados en
saturados y por otro, pueden llevar a la transformación de
la estructura química de los ácidos grasos iniciales; aparecen
así los llamados ácidos grasos trans. El consumo de estosácidos grasos se ha relacionado con multitud de patologías,
desde alteraciones en el crecimiento de los neonatos, hasta diversos tipos de cánceres; en lo que respecta a la aterosclerosis
se ha comprobado que los ácidos grasos de tipo
trans aumentan el colesterol sanguíneo y disminuyen las
cifras de HDL, por lo que su consumo en exceso, resulta
un factor de riesgo para la aparición de enfermedades
coronarias. A pesar de que no están establecidas recomendaciones
claras sobre cuáles son las cifras de consumo que
no debemos sobrepasar, la mayoría de los investigadores
apuntan a valores entorno a los 6 g/día.
Por otro lado, la ingesta de alimentos ricos en fibra y
en antioxidantes ayudan a prevenir esta enfermedad disminuyendo
la absorción de los lípidos, favoreciendo la utilización
metabólica de las mismas o interfiriendo en la
formación de la placa de ateroma.
Puesto que la obesidad, la dieta hipercalórica o la
hipertensión, son factores de riesgo para la aparición de
las enfermedades cardiovasculares, todo lo dicho en los
apartados anteriores, con respecto a la ingesta de alimentos
precocinados y estas dos patologías, es aplicable en este
punto.
El gran problema de los precocinados, en lo que respecta
a su relación con la enfermedad aterosclerótica es el desconocimiento,
en la mayoría de los casos, del tipo de grasa
que se emplea para su elaboración. La simple especificación
de “grasas animales” o “grasas vegetales” no sirve
para saber si el producto es rico en ácidos grasos saturados
o no, ya que, como ya se ha mencionado, los aceites
de palma y coco, son vegetales y sin embargo son fuente
de ácidos grasos saturados. Es muy importante el etiquetado
exhaustivo de los alimentos para que el consumidor
sepa con exactitud lo que compra e integrarlo en su dieta
de manera correcta.
Siempre es recomendable elegir alimentos que nos
indiquen claramente el tipo de grasa que se utiliza y la
cantidad de la misma; primando el consumo de aquellos
que llevan en su receta aceite de oliva o, en su defecto,
aceite de girasol, maíz, colza o linaza.
Tampoco suele especificarse qué tipo de carne (magra,
grasa o semigrasa) es la empleada en la receta; por ello
debemos fijarnos en la composición nutricional y elegir
los productos con menor cantidad de ácidos grasos saturados.
Si el etiquetado nutricional no apareciera en el
envase, elegir con preferencia alimentos que contengan
carnes de ave o de pescado, frente a los compuestos por
carnes de res.
La presencia en la etiqueta de mensajes como los
siguientes ayudan a seleccionar los alimentos menos
hipercolesterolemiantes (bajos en grasa y en especial en ácidos grasos saturados);
Como se ha mencionado anteriormente, la presencia de ácidos grasos de tipo trans en los alimentos procesados es un punto en su contra. Por ello, siempre que la receta incluya grasas hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas, su consumo estará desaconsejado en personas con problemas de aterosclerosis.
La ingesta de azúcares simples en exceso, contribuye a
elevar las cifras de triglicéridos en sangre, factor de riesgo
para el padecimiento de enfermedades cardiovasculares;
por ello es deseable la elección de alimentos ricos en
hidratos de carbono amiláceos frente a aquellos que presentan
cifras elevadas de azúcares.
Asimismo se recomienda el consumo de alimentos ricos
en fibra, por lo que siempre que sea posible deberemos
elegir aquellos que en su composición lleven harinas integrales,
vegetales o legumbres. Al leer el etiquetado, se
debe seleccionar aquellos que por ración, aporten más de
un 10 % de las CDR (Cantidades Diarias Recomendadas)
de este nutriente.
Todo procesado de alimentos, produce pérdidas de
mayor o menor intensidad en el contenido en vitaminas
de los alimentos, limitando el aporte en antioxidantes de
los mismos. Por ejemplo, los procesos de esterilización,
blanqueamiento, envasado y preparado de los alimentos
vegetales, puede llevar a pérdidas en la cantidad de vitamina
C de más del 80 %; por ello siempre es importante
completar nuestra dieta con frutas y verduras frescas.
Una vez más debemos insistir en que los precocinados
deben de ayudarnos a aumentar la oferta y la variedad
alimentaria, no a limitarla.
4.5. Alimentos precocinados y diabetes mellitus.
La diabetes es una enfermedad en la cual el cuerpo no
produce suficiente insulina y/o ésta no funciona adecuadamente.
La insulina es una hormona necesaria para la
utilización de los hidratos de carbono como fuente de
energía por las células del organismo; de una manera gráfica,
podríamos decir que la insulina es la llave que abre la
puerta de las células a la glucosa, para que éstas pueda
utilizarla. Las causas de la diabetes siguen siendo desconocidas
influyendo factores genéticos y ambientales como
la obesidad, o la falta de ejercicio físico.
La diabetes tipo 1 se suele diagnosticar en la infancia y
la juventud, por lo que anteriormente era conocida como
diabetes juvenil. Su causa es una incapacidad del páncreas
para sintetizar insulina, la mayoría de las veces se debe a
un problema de autoinmunidad, en el cual el organismo,
de manera anómala, reconoce como algo ajeno al propio
organismo, las células encargadas de sintetizar la hormona
(islotes de Langerhans) e intenta eliminarlas.
La diabetes tipo 2, es la más común. En este tipo sí se
produce insulina pero en cantidades insuficientes o bien
hay una falta de sensibilidad a la hormona, por lo que ésta es ineficaz. La obesidad y la falta de ejercicio físico
son factores de riesgo para la aparición de esta enfermedad.
Aunque suele aparecer en la edad adulta, su frecuencia
en personas más jóvenes es cada día mayor debido,
entre otras causas, a unos malos hábitos de vida.
En cualquier caso, la imposibilidad de utilizar la glucosa
como fuente de energía celular y el aumento de glucosa en
sangre, provoca dos tipos de problemas:
- A corto plazo, falta de energía en las células.
- A largo plazo, problemas en la vista, los riñones, nervios
y corazón.
El tratamiento de la diabetes se basa en la administración
de insulina o de fármacos hipoglucemiantes, junto con
un programa de actividad física y el control de la dieta.
Con respecto a la dieta, con una ingesta de comidas
equilibradas y en las cantidades adecuadas, se puede controlar
los niveles de glucosa hasta cifras muy similares a
las normales. Nutricionalmente las necesidades de las personas
con diabetes son las mismas que las de cualquier
otra, así que pueden tomar los mismo alimentos que cualquier
otro miembro de la familia.
Cuando el páncreas de una persona funciona normalmente,
la liberación de insulina se hace de acuerdo con la
cantidad de glucosa que hay en sangre en un momento
determinado. En los diabéticos la pauta de administración
de insulina o de fármacos se hace de una manera predeterminada
por el especialista y en cantidades fijas. Un
desajuste en la cantidad de glucosa en sangre y la cantidad
de insulina, puede llevar a hipoglucemias (bajadas de las
cifras de glucosa en sangre) de consecuencias graves.
Los niveles de glucosa dependen de muchos factores: la
ingesta, el ejercicio físico, otras hormonas como por ejemplo
la adrenalina o el glucagón, niveles de estrés, etc. El
control de estos factores ayudará a mantener la glucemia
lo más estable posible, pero de todos ellos, sólo podemos
controlar voluntariamente la dieta y el ejercicio físico. Una
dieta estable ayuda al paciente a controlar la medicación
y a mejorar la evolución de la enfermedad. Puesto que los
hidratos de carbono son los nutrientes que más influyen
en las cifras de glucosa en sangre, la persona diabética
debe tener especial cuidado con la ingesta de las cantidades
de éstos. La cantidad diaria total debe ser fijada por el
médico y ajustarse al tratamiento medicamentoso, aunque
no varía mucho con respecto a las recomendaciones
para la población general.
Los pacientes diabéticos tienen mayor riesgo de padecer
enfermedades cardiovasculares, así que deben también
controlar la cantidad y el tipo de lípidos que consumen
(menos ácidos grasos saturados y mas ácidos grasos insaturados),
la cantidad de sodio, así como con las calorías
totales, ya que la obesidad aumenta la resistencia a la
acción de la insulina.
Por otro lado, la fibra dietética ayuda a enlentecer la
absorción de la glucosa y a controlar los niveles de glucemia.
La dieta de estas personas debe, por lo tanto, ser rica
en este nutriente.
No hay inconveniente en el uso de los precocinados,
por las personas diabéticas, siempre que (tal y como se ha
dicho en anteriores puntos tratados en este capítulo)
supongan un aumento en la variedad de la dieta y no una
limitación a la misma.
La lectura detenida de las etiquetas puede ayudar a
elegir adecuadamente los alimentos. Para hacer una buena
elección, el paciente diabético debe leer con detenimiento
la información sobre:
- calorías.
- grasa total.
- grasa saturada.
- colesterol.
- sodio.
- carbohidratos totales.
- fibra.
Puesto que ya se ha tratado el tema de las grasas y del
sodio, profundizaremos aquí sobre los diferentes tipos de
hidratos de carbono y la información que se refleja en el
etiquetado.
En la etiqueta nutricional de los productos envasados
podemos ver la cantidad total de hidratos de carbono. En
esta cifra se incluyen:
- Almidones.
- Azúcares.
- Fibra.
Los Almidones y los azúcares son considerados hidratos
de carbono glucémicos, es decir que elevan nuestras cifras
de glucosa en sangre, mientras que la fibra no se absorbe
y por tanto es un hidrato de carbono no-glucémico. Para
saber qué cantidad de hidratos glucémicos, aporta un alimento
debemos sustraer la cantidad de fibra del total:
El alimento A, aporta por ración 19 g de hidratos de
carbono.
Al igual que con las calorías debemos tener muy presente
el tamaño de las raciones y pensar que el tamaño de “nuestra” ración no siempre coincide con la indicada en el
etiquetado.
Los almidones son hidratos complejos y deben ser los
más abundantes en la dieta, no sólo de la persona diabética
sino de todos. Son abundantes en cereales y derivados y
en vegetales amiláceos, como la patata y las legumbres.
Los azúcares, son hidratos más simples y elevan la glucosa
en sangre de forma más rápida; su característica
principal es su sabor dulce y en consecuencia, aportan
palatabilidad a los alimentos.
Durante mucho tiempo se creyó que los pacientes diabéticos
no podían tomar azúcar, incluso se llegó a decir
que el tomar muchos azúcares era la causa directa de la
diabetes. Actualmente se sabe que no es el tipo, sino la
cantidad total de hidratos de carbono, lo que debe controlar
este tipo de enfermos.
Los azúcares pueden causar dos tipos de problemas:
Los alimentos ricos en azúcares son muy calóricos y
además suelen tener baja densidad de nutrientes
(pocas vitaminas, minerales o proteínas).
Al ser de absorción más rápida, provocan mayores
desajustes con la medicación y aparecen “picos de
hiperglucemia” que a la larga pueden causar trastornos.
Por esta razón, son mejor tolerados si se integran
en una comida que si se toman de forma aislada.
Su consumo, tanto en la dieta del diabético, como en
la de cualquier persona, debe ser moderado.
En los alimentos precocinados tenemos dos tipos de
azúcares:
- Los intrínsecos, propios de los ingredientes.
- Los añadidos.
Es siempre preferible elegir alimentos que carezcan de
azúcares añadidos y limitar el consumo de aquellos que
tengan cantidades elevadas de azúcares totales.
Muchos alimentos preparados llevan la etiqueta de “tolerado por diabéticos” o “apto para diabéticos” ofreciendo
un sentido de falsa seguridad para estos pacientes,
que tienen la idea de que el consumo de estos alimentos
es totalmente libre.
Que un alimento sea etiquetado como “sin azúcar” no
significa que carezca de hidratos de carbono.
Normalmente significa que no contiene “sacarosa”, pero sí
otro tipo de azúcares: fructosa, polialcoholes, etc. Si bien
el efecto sobre la glucemia sanguínea de éstos es más lento
que el de la sacarosa y al tener un poder edulcorante
superior, se necesitan cantidades menores para aportar el
mismo sabor, no hay que olvidar que aportan calorías y
que por lo tanto hay que tenerlos en cuenta en el análisis
total de la dieta.
La industria alimentaria emplea tambi én edulcorantes
acalóricos. Dentro de los mismos encontramos:
- Sacarina.
- Aspartame.
- Splenda.
Los alimentos que emplean estos edulcorantes en sus
recetas aportan menos calorías y ayudan a mantener un
peso estable.
En todo alimento “sin azúcar” debemos pensar que el
sabor de los alimentos se debe, fundamentalmente, a su
composición en azúcares y grasas, así que si se reduce la
cantidad de azúcar, se suele aumentar la de grasas,
nutriente que un diabético también debe de controlar; el
resultado final es el de un alimento calóricamente equivalente
al estándar, sin demasiados beneficios añadidos por su modificación. Pequeñas raciones de alimentos estándares,
son la mayoría de las veces una mejor opción, que grandes
cantidades de alimentos “aptos para diabéticos”.
Fibra: En la cifra de hidratos de carbono total, está
incluida la cantidad de fibra dietética. La fibra la forman
las partes no digeribles de los vegetales: frutas, verduras,
frutos secos o legumbres y cereales integrales. Está compuesta
por hidratos de carbono no digeribles y no es glucémica.
Su consumo es favorable para los pacientes diabéticos
por enlentecer la absorción de la glucosa y ayudar
a controlar las cifras de la misma en sangre.
Los pacientes diabéticos deben elegir alimentos ricos
en fibra como los vegetales y los cereales integrales.
Índice Glucémico
El índice glucémico (IG) es una escala que clasifica a los
alimentos ricos en hidratos de carbono de acuerdo con la
velocidad e intensidad con que elevan las cifras de glucemia
(respuestas glucémica) en relación a como lo hacen la
glucosa o el pan, que sirven de patrón.
La respuesta glucémica depende de la cantidad de alimento
que se ingiere, de la composición del alimento o
los ingredientes del plato, de cómo está preparada o procesada
la comida. Cuando los hidratos de carbono se
acompañan de proteínas, grasa o fibra, que enlentecen la
digestión y la absorción, el índice glucémico del alimento
es más bajo; lo mismo ocurre con aquellos alimentos más
ricos en fibra.
La manera de cocinar los alimentos también influye en
el IG de los mismos; cuando cocemos pasta o arroz en agua caliente, los almidones se gelatinizan y son así más
fácilmente atacados por las enzimas digestivas. A mayor
grado de cocción mayor superficie de acción tienen las
enzimas, más rápido se transforman los almidones en glucosa
y en consecuencia mayor IG; los cereales “al dente”
(más firmes) tienen un índice glucémico menor que los
más cocidos.
Por esa razón, los alimentos precocinados (ya “gelatinizados”)
presentan un índice glucémico mayor que los alimentos
frescos. Cuanto menor sea el tiempo de preparación
que el alimento precocinado requiere para su
consumo, más intensa será la cocción previa y en consecuencia,
mayor IG.
Es obvio que siempre hay que cocinar los cereales antes
de comerlos: el problema es que en el alimento precocinado
no controlamos el proceso de cocción y por lo tanto, en
general, suelen tener un IG más alto que los alimentos
hechos en casa a la manera tradicional.
El paciente diabético debe elegir alimentos de bajoíndice glucémico. Se considera un IG bajo a aquel inferior
a 50; entre 51 y 69 es medio y es alto por encima de 70.
Entre las opciones del mercado, es mejor elegir arroces precocidos que instantáneos y tener cuidado con las recetas
de cremas de vegetales o purés de patatas o legumbres.
Por otro lado, los alimentos amiláceos que han sufrido
una gelatinización en su preparación sufren un proceso de
retrogradación que disminuye su accesibilidad a las enzimas
digestivas (aumento en la cantidad de almidones
resistentes) cuando se enfrían. La pasta, el arroz o las
patatas frías, tiene un IG menor que en caliente.
4.6. Bibliografía.
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4.7. Glosario de términos.
1. LDL: Lipoprote ínas de baja densidad (low density
lipoproteins).
2. HDL: Lipoproteínas de alta densidad (high density
lipoproteins).
3. IG: Índice Glucémico.
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Autor/es
María Achón y Tuñón
Profesora Adjunta de Nutrición y Bromatología.
Departamento de Nutrición, Bromatología y Tecnología de los Alimentos.
Facultad de Farmacia.
Universidad de San Pablo CEU. Madrid.
Ángela García González
Profesora Adjunta de Nutrición y Bromatología.
Departamento de Nutrición, Bromatología y Tecnología de los Alimentos.
Facultad de Farmacia.
Universidad de San Pablo CEU. Madrid.
Fuente:
Fundación Española de la Nutrición
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